martes, 26 de marzo de 2013

SEMANA DE PASIÓN.

Crónica del día. Ayer me dio pasional. La Semana Santa no es nada nuevo para los habitantes de esta piel de toro, pero "chirría" por inusual fuera de las fronteras. Ni qué decir tiene que yo no hago patria alguna con ésto, ni es posible que se me entienda más allá de las calles Columnas y Cruz (procesionales por antonomasia). Pero qué le voy a hacer, creo que después de vivir, lo que más me gusta es vivir para contarlo...Y siempre fui semanasantera, a qué negarlo. Claro, que de la parte pagana. La del tambor y el zapatata...La del arrastre del alpargate calle arriba, cerro abajo. La de la cerveza fresca y el bacalao en los bares ruidosos...Y porque me estoy haciendo mayor, se me están quitando las ganas de seguir aporreando la piel con los palillos, y callejear como la adolescente que en mí se perdió, casi sin darme cuenta, hace...¡Bah¡, no exageremos...que aún estoy divina de la muerte...
Pero como me gusta la ironía más que los panecicos dulces, que ya es decir...He decidido relajarme bajo el tejado, asomarme por la gatera, y contar como a mí me sale del bolo, cómo veo yo, con estos ojos de gata que Dios me dio, la "religiosidad" de estos días tan "religiosos"  de fe y cervecitas frescas...
En un principio dejé en el Bosque Animado el día de ayer; el comienzo por el Lunes Santo, porque me pareció que eso de recordar a nuestros muertos en esa Procesión del Recuerdo, se merecía la "seriedad" que imprimen los árboles con sus ardillas y las hadas entre las rocas...Pero no lo puedo evitar...ni quiero...Hay detalles de la fe que me  elevan la moral y la ironía...por eso dejo aquí también el relato del Bosque y sigo con el de hoy martes...y continuaré hasta el lunes de mona, si el tiempo no lo impide y la cabeza me da para maullar 7 días de humor y pasión...Lo del amor puede esperar...Que una ya no está pá trotes...

LUNES SANTO, dice la tradición...

Llega tiempo de ruido y reflexión bajo el palo. Es Semana Santa. Pero yo prefiero llamarla Semana de Pasión; por el amor y el dolor como premisa de una creencia, compitiendo.

Calle arriba, cerro abajo, el peso lo cargan muchos, más que en los hombros, en las conciencias. Pero eso no impide que alguna Fe se cuele por el capuz y se derrita entre las túnicas multicolores, junto al sudor del esfuerzo y el ímpetu de corazones divididos entre lo sagrado y lo profano.

Al fondo de mí, se acerca el recogimiento entre las llamas de una vela. Llegan del calvario aquellos que inventaron, no hace mucho, una nueva procesión con la Cruz dirigida a la ausencia de los que ya no están en las calles, con sus días repetidos de noches largas, sino en el recuerdo arañando las esquinas del tiempo.

La Procesión del Recuerdo para aquellos que se fueron dirigiendo al cielo una mirada de súplica para continuar entre la vida. Pero la muerte sabe jugar sus cartas y derrotar a los naipes ganándoles la partida.

Es noche de lazos negros.
Olor a incienso.
Primavera fría.
Y en el sudario de nubes,
nuestros muertos.



MARTES SANTO...según la tradición...


¿Qué podría sentir hoy ante el desfile procesional de esta noche, al ver la imagen de manos talladas en posición de orar, del tendero de la esquina? Aquellas que, como tantas y, presuntamente, podrían sisar en la balanza…Y ahora son las manos de Jesús de Nazaret en la Oración del Huerto tobarreño. Nueva procesión que desfila los martes de cada Semana de Pasión, entre las dudas.

¿Y, como duda existencial que me corroe en esta tarde que escribo para no perder el hilo de las palabras, me pregunto ¿alguien puede rezar a su paso con la mirada de súplica por la sanación del cuerpo, el alma y la cuenta bancaria, si no es por un comportamiento empírico de la fe?

Cuando lo presentaron recién salido de las manos del artista, no pude evitarlo… ¡anda, si es igualito a Ketama¡ (miembro de aquel grupo de flamenco-fusión español). -Sí. coreó mi gente- y las manos son del tendero “remolins”, porque lo ha pagado de su bolsillo…
¡Dios mío¡ exclamábamos al unísono con la fe mancillada. ¿Cómo sería el rostro de Jesús, en realidad; y las manos, los ojos, la boca y el rictus de dormido?... Porque existió, verdad, no?... Nos preguntaba la amiga llegada de Alicante esa mañana. ¡Claro, contestó quién comulga continuamente sin confesión previa, porque los pecados ya no son lo que antaño eran, mientras seguimos mirando al nuevo trono y en él, arrodillado, a un hipotético Jesús avanzando con los brazos abiertos, manos de tendero y cara de cantante, a punto de cantar una Saeta flamenca entre el olivo.

Cosas llanas de un pueblo agudo, donde no cabe la esdrújula de la lógica… Que diría un pensador filosofando por lo bajinis.

Cuando estos días veo desfilar largas procesiones, hombres doblados portando a hombros tronos bajo santos adornados de flores y ropajes caros, en talla de cincel y rostro de vecindario, me sigo preguntando, qué es ese no se qué, que no se explica -que decía mi amigo el cura- que nos recorre por dentro, y que, en verdad, en ocasiones, consigue emocionarnos...

Pues sigo sin saberlo. Pienso que cuestión de la educada costumbre de creer en algo, para no convertirnos en estatua, al mirar atrás.


MIÉRCOLES SANTO... según la tradición…
Hoy miércoles decía la radió temprana que finaliza la Cuaresma; pero según el calendario cristiano es el jueves. En mi pueblo, el viernes, y otras fuentes refrendan el sábado; no viéndose afectado domingo alguno por festivo  entre esos días, para, entre penitencia y reflexión, seguir con la prohibición de comer carne o, lo que es lo mismo; simulacro de ayuno y abstinencia durante unos días de los 40;  por analogía con lo vivido por Jesús en el desierto… (¿)
El caldo con bacalao fue en mi casa la comida de cada viernes, desde el comienzo de la Cuaresma el Miércoles de Ceniza, y hasta su finalización (no sé qué día). Mi abuela decía, con miedo en las acciones, que era pecado no guardar ese precepto. De ahí que yo siempre prefiera el pescado a un buen bistec. De “pequeñico se cría el arbolico”, dice el saber popular. Pero comencé a hacerme una pregunta, sin miedo a quemarse en las calderas de Pedro Botero, ¿como es posible vivir estigmatizados de por vida? Porque aún hay quién lleva grabado a fuego el peso de lo prohibido; el absurdo de llamar pecado incluso a comer un trozo de carne (porque lo manda la santa madre iglesia)…mientras gran parte del mundo se muere por no tener ni un terrón de azúcar que les quite la amargura de la boca; y los responsables ni se plantean el dolo al quebrantar la ley de Dios: no dar de comer al hambriento.
¡Y yo me considero ducha en ironía¡… ¿Qué no es por tanto la calle con sus conciencias disfrazadas, también, en estos días?
Me pongo a reflexionar y decido no salir a arrastrar el alpargate, para no seguir alimentando mi cansancio y algún despropósito…Es lo que consigue la edad, que nos hace ser más consecuentes. Aunque esta tarde, a partir de las 16 horas, el bulle-bulle me grite calle y ruido de tambor…Y tenga 104 horas por delante, para tentarme. Mi pueblo es el único de España y Europa que el sábado no adelantará la hora convenida. Todo por no perderse una hora de jarana, y a la vez salir en los telediarios. (Ya llevamos todo el día en candelero).
El Prendimiento hoy, con un Jesús distinto al de ayer, de rostro hermoso y pie besado hasta el desgaste de la pátina, cuan Cristo de Medinaceli. Y cuyos judíos, prendiéndole entre olivos, me asustaban guardados en la casa de una amiga, cada vez que jugábamos al escondite. Soldados romanos de lustrado casco, penacho de plumas y lanza en astillero, interpretarán en vivo la acción de prender al Nazareno en la plaza mayor. Pero nos han cambiado al cura, testigo del momento, junto a Judas, (el pescadero del pueblo) aunque creo que mi amigo de voz radiofónica seguirá en off rememorando la historia del desastre, en un escenario adornado hasta el mareo de flores y queroseno, quemándose en las antorchas.
Responde mi amiga Lola, creyente sin práctica (en mi martes santo de ayer): “Pienso que en estos tiempos de crisis tan grande, ese dinero que se va a gastar en flores y demás folklore en nombre de Cristo debería ser empleado para echar una mano al que realmente necesita un plato de comida caliente.Y concluye: "Señor de la Caña, baja y empieza a repartir cañazos".

JUEVES SANTO... según la tradición.



La tarde paseará por la puerta de mis gatos con tacones y peinados recientes, con agremán en túnicas de terciopelo y hombros preparados para el peso de la tradición. El domicilio no fiscal de Jesús de Nazaret (en su caída hacia el monte Calvario,) está a escasos pasos de casa. Deben de trasladar el pesado trono a reunirse con todo un desfile procesional rememorativo de la Pasión y Muerte del Nazareno. La empinada cuesta siempre es un reto a superar. Los pies deben agarrarse al asfalto con firmeza; un resbalón y una caída de uno sólo de los “agarraores”, pudiera tener fatales consecuencias. El pelo de Jesús (hecho peluca natural del de una devota) casi puede tocarse desde mi puerta. La cancela se abre para dejar posarse unos minutos a fotógrafos, familiares, amigos y visitantes, que quieren tener un palco de honor para la bajada del “Paso Gordo”, como popularmente se conoce a la Hermandad de La Caída de Jesús. Un trono de 3000 kgs. -dicen- portado a hombros por 30 cofrades. Bemoles tiene la cosa. Los judíos, Concejo y Morrongo, fustigando al Hombre, rodilla en tierra, y Simón el Cirineo, que pasaba por allí, (por donde fuera, si fue) obligado a ayudar con el travesaño de madera o cruz, tras la inquisitiva mirada y mala leche, del romano de turno.

Dicen quienes lo padecen, que los hombros se hunden por el peso, y el moratón tarda tiempo en disolverse. Pero es de admirar, en realidad, el esfuerzo de esta gente que, por una cuestión de fe, esperanza, o simplemente lucimiento, cargan con tamaña gesta. Porque la cosa no es bajar la empinada cuesta, sino desfilar durante 5 largas horas, por las calles del pueblo. Y volver a salir, desde la propiedad del clero, bien temprano, el viernes hacia el Calvario…

A veces, los meros observadores que vemos pasar las procesiones en la puerta del bar, el balcón, o sentados en las baldosas; con el tambor callado y la crítica dispuesta, quisiéramos que tanto los que desfilan, como los que cargan el peso, lo hicieran con la cara tapada. En un acto de recogimiento y anonimato. Pero es cierto que si hay voluntad de penitencia en el folflore de un pueblo, también hay ganas de sacar pecho y demostrar al mundo que mira, la fuerza y las agallas, para ir calle arriba, cerro abajo, con semejante carga a cuestas. De hecho, hay quienes pugnan siempre por ir de “agarraores” delante, porque es la hechura y la cara lo primero que ven los ojos escudriñadores. Y es mucho, pues, también, lo que se presume de ser fuerte y creyente…O no…

Esta noche, la Procesión de la Amargura, no será tal. Porque pese al peso, la carga se hace liviana, en realidad, ante lo que, cada quién, considera, en el paso acompasado entre el sonido de las horquillas en el asfalto, o el ruido de los tambores alejados de la fuerza, quienes, en realidad, marcan el ritmo conmemorativo de lo que suponemos una realidad tan posible como inventada.

La noche es larga, pero la vida se acorta conforme va consumiéndose. Por tanto, hoy toca pasarlo bien entre amigos, familia y cocina de la tierra: (gazpachos manchegos, vino tinto y panecicos dulces) a la espera de la bajada del "Paso Gordo" mientras la calle se viste de gala y las flores lanzan su perfume al viento.


VIERNES SANTO... según la tradición.

El monte huele a tomillo. Como siempre. Unas briznas arrancadas para el tambor, el ojal de la solapa o para impregnar las manos y que esparzan su aroma al batirse en palillos y zapatatas. Poco a poco, lo haremos desaparecer, de tanto arrancarlo. Se convertirá en una planta extinta, en ese entorno horadado de cruces y recuerdos.

El gentío espera que terminen de subir todas las imágenes cargadas a hombros doloridos. El estruendo de los tambores sigue su curso; hasta que el cornetín toca silencio. Sólo tres toques deben ser suficientes. Un cuarto ya sería considerado desacato a la más elemental norma cívica de comportamiento y ejemplo. Pero el estruendo va callándose, poco a poco, desde el primer aviso. (hay quién por primera vez duda de si el ruido hará caso al silencio)...Pero sí.

Primero son las palabras sacerdotales quienes darán un repaso a las conciencias, para finalizar con el Padre Nuestro (que a saber si aún vive en el cielo) que dará paso al Mektub, que comienza a sonar en la ladera del monte. Silencio absoluto. El Nazareno, de espaldas al pueblo y de cara a María, convertida en Dolorosa, comienza a impartir la Bendición. El brazo articulado será, los breves minutos que dura, en cada uno de los puntos cardinales, causa y motivo del encuentro.

Miro a las gentes. Me observo yo. Me giran remolinos en la cabeza. Y voy hacia atrás; a los primeros pasos cogida de la mano de mis seres queridos en la niñez perdida. Avanzo hasta llegar a la adolescencia y sigo por el camino adulto, para ir dando un paseo, en redondo, por la calle de la vida.

Vuelvo la mirada a la imagen en barro del Nazareno. Ahora ya le han dado la vuelta a él, y de nuevo despliega la mano del madero. Estoy, estamos, en el sur del cerro y, sin que Él levante los ojos, perdidos en el rictus tallado, pre-siento que me mira; nos mira. Cada vez lo percibo más claro. Y habla. Y yo me escucho decirle, sin palabra alguna: Danos salud, sobre todo: porque sin salud, todo es nada.

Le sigo mirando, como cada año, desde hace tantos. Y no tiene manos de tendero, ni cara de cantante, ni pelo de devota; como tenía días pasados. Ahora es huesos, piel, sangre, corazón, ojos, boca, oídos, pensamientos, amor, sexo, enfermedad, salud, risa, llanto, logros, quimeras… Es joven y es viejo. Un derrotado. Un valiente. Un cobarde. Un Trabajador. Un vago. Un iluso. Un provocador. Un genio. Es hombre. Es mujer. Es niño…Y es tanto…

Frente a mí, a él, a ellas, que hemos subido hoy sin tambor, con la túnica y el pañuelo, simplemente para ser floklore y convivir en Él. El sol por momentos se oculta. Pero el clima es cálido, sabemos que no llorarán las nubes, si acaso lloverá en el corazón de las gentes.

Otra vuelta al trono. Queda sólo un punto cardinal; el que lleva la mano articulada a la bendición del Cementerio. Y es rostro perdido en el mármol lapidario. Es nombre. Es palabra. Es una fecha de llegada y otra de partida. Es una madre. Es un hijo. Es un amor. Es un amigo… Y es Muerte y es Cruz.

Suena el clarín. Los tambores llenan de percusión el cerro. ¡Zapatata¡

Doy las gracias; una vez más, por haber asistido al día repetido, año tras año. Lo he vuelto a tener fácil; con lo difícil que siempre, a priori, me parece toda la Semana de Pasión. Todo lo de hoy me existe desde el momento que soy; porque de nuevo allí, en el Monte Calvario, he asistido a un reflejo vivo, palpable, de lo que somos.


PROCESIÓN DEL ENTIERRO...según la tradición. 


La procesión es corta. Varias vírgenes de negro seguidas de destellos de bisutería y oro bordado. San Juan que siempre está ahí, como al rebufo. El sonido quedo por pieles aflojadas de tambor y horquillas silenciosas. El Sepulcro, mecido a hombros y un Cristo yacente en sudario de seda. A su lado, dos miembros de la Benemérita, tricornio en mano, le conducen escoltado. (Las tres fuerzas de siempre, el alcalde, el cura y el tricornio, en su papel, como si el tiempo se hubiera detenido) Manolas ataviadas de teja y mantilla, de luto riguroso, tacones de aguja, maquillaje esmerado y escotes de pechos encorsetados, portan flores y luces rojas. De nuevo hacia el Monte Calvario, a enterrar al Cuerpo entre paredes enjalbegadas de cal. ¡Madre mía, que cruz¡ le digo a quién se pega a mi hombro sobre el balcón que nos resguarda del frío de la noche. Otra vez para arriba, con el peso de la duda, o la posibilidad a cuestas. Con lo que pesan…

La Virgen de la Soledad, cierra, bajo palio, la comitiva.

Demasiadas vírgenes, en realidad, para haber existido, al parecer, una sola.

Con una sonrisa con sabor a noche, cerramos la ventana. Tengo que escribir la crónica del día.


SÁBADO SANTO...según la tradición.


Sábado Santo es día sin procesiones. Todo es tambor entre festines. Comidas largas y bebidas frescas. Esto se acerca a su fin. Antes un año me parecía larguísimo; nada más y nada menos que 365 días para que volviera de nuevo a ser Semana Santa. O lo que era igual a rencontrarse con los amigos ausentes; a alargar los días en pie, para que nos durara todo más. Jueves Santo no volvíamos a casa y, por supuesto, ni dormíamos, sino que, quién más cerca estuviera de la ruta, vaciaba el frigorífico de su casa. Muchas veces, nuestro amigo Use, -por desgracia recientemente fallecido- sacaba a la calle, de madrugada, mientras la familia dormía, el moje de tomate que su madre había dejado preparado para la comida de la familia el Viernes Santo (por eso de la Cuaresma) y lo apurábamos sin dejar ni rastro de lo que hubo en la cazuela. Y detrás del moje salía el salchichón y la butifarra, con el pan redondo y el puñado de habas del pueblo (era la “venganza” por tanto caldo con bacalao).

Nos pasábamos todo el día, con su noche, tocando el tambor, callejeando el ruido; comiendo, bebiendo, riéndonos con todo. A las 8 de la mañana, veíamos como los cofrades ya iban vestidos hacia la iglesia, para formarse en procesión. Nosotros nos sacudíamos el sueño con el café bien cargado del Vaticano. No, no íbamos a Roma; es el bar de siempre y por siempre, de amigos. Las caras macilentas por el cansancio, la resaca y el sueño que trepaba por los ojos con liana de legañas, no era motivo suficiente para irnos a casa. Había que subir al Calvario al acto de la Bendición; y era todo un motivo para presumir, ir diciendo a otras Peñas que nosotros aún no nos habíamos recogido…Era la mejor forma de ser joven en la parte lúdica de la vida. Ahora eso ya es historia. Las frías noches siguen ahí, pero ni mi gente ni yo la alargamos para que nos dure. Ni lo hacen los más jóvenes, por desgracia.

La calle no hace tanto tiempo era un hervidero de tambores a todas horas. Bares y puestos de feria, sin echar el cierre; con la menta y el anís como bebidas preferidas (para volverse locos), de los que de todo bebían propiciando que se cogieran cogorzas de pronóstico reservado y más de un/a dormía la resaca en algún escalón frío de la calle. Luego se instauró la costumbre de alquilar casas viejas (garutos), para que las Peñas de tamborileros tuvieran así su cuartel general, abarrotados de comida y bebida. Jergones y sofás de muelles sueltos, para no tener que volver, en toda la semana, a casa. Cualquier cosa inservible sirve para los más jóvenes tamborileros; pero por esa causa la noche se ha ido vaciando de ruido y cuerpos en las calles. Los cronistas oficiales se empeñan en decir que miles de tamborileros tocan el tambor, en las 104 horas, pero lo cierto es que poco a poco se ha ido perdiendo ese ruido inacabable bajo los balcones. Cientos de tambores se preparan para seguir la calle; pero demasiados acaban durmiendo en el jergón, donde duermen los jóvenes que no tocan el tambor.

Todo cambia. No obstante la noche más tamborilera persiste…Si el tiempo no lo impide.


DOMINGO DE RESURRECCIÓN...cuenta la tradición.


¿Pero, volvemos después de entregar el resuello al viento. De acabar el latido de un corazón cansado. De expirar la vida derrotada ante la fea Parca y su guadaña? Otra vez las preguntas eternas y sin respuesta.  Dicen los creyentes que hay que tener fe, creer en que hay vida más allá de los huesos desnudos y las carnes roídas por la podredumbre; porque en el último suspiro se eleva, del cuerpo acabado, un hilo parecido al humo de un cigarrillo que se llama Alma, Espíritu o Esencia Divina que nos eleva por el aire hasta fundirse con la Eternidad y más lejos, todavía... Yo que sé... Todo esto puede ser verdad, porque el Universo es tan misterioso y hermoso, como para mostrarnos la mayor belleza o reservarnos la peor sorpresa... Pero ni un solo ser querido ha vuelto a contarnos qué tal por el mundo de los muertos; aunque quizá para eso, debe esperarse, como este domingo, después de tanto ir y venir por la vida y sus locuras, a la Resurrección...Ahí es nada. Volver a ser, a estar. Resucitar (?)


El Resucitado pasa por mi puerta temprano, moreno de piel, semi-desnudo, banderín en ristre y un clavel entre los dedos. Se encuentra en el camino con quién bien pudo ser su Esposa. La adorable y siempre denostada María Magdalena: que ni fue prostituta ni la perdonó Jesús de afrenta alguna. Sino que era raza y estirpe; de peso en la vida y mujer fuerte que había que menospreciar, por aquél machismo de antaño cuya sombra es alargada y, quién sabe, por ser la digna heredera de un Hombre que tanto molestaba, por lo que pregonaba. Si todo esto que nos contaron fue verdad...(?) 
Supongo que fue el deseo de los que un día decidieron darle esa imagen de vuelta de entre los muertos para hacerlo creíble. Un aspecto saludable que incitara a crecer en la esperanza de una vida mejor a la vuelta del frío de la sepultura. Pero yo siempre he creído que los muertos (porque dicen los que lo dicen que hay muchos entre los vivos) que tienen un color macilento, un andar errante y una mirada extraña al rededor de lo que observan desde su posición de "aparecidos". Pero este Domingo no. Este día todo es baile entre flores. Subida de nuevo al Calvario para demostrarle a las cruces perpetuas que lo circundan, que los clavos atravesados en la carne; son lazos de seda, las coronas de espinas; un peinado afro, y los costados atravesados; la rozadura de un beso. Y pudiera ser, de ser posible lo que nos cuentan los profesionales del clero y la religión que nos imbuyen desde pequeños forjando una identidad (o tampoco). 
La algarabía de las palomas surcando la mañana y esa absurda traca, rompen el miedo a morirse y no volver. Pero creo que el efecto placebo dura poco, porque la dura realidad sigue imponiéndose cuando todo esto acaba de soñarse como posibilidad.

Se rompe la noche a las 0 horas cuando se guarda el ruido, el recogimiento, el sabor salino de una lágrima y todos los recuerdos agolpados durante una Semana de Pasión que quizá pudo ser de todo, menos apasionada...O apasionada, menos de todo...


Tambor quedo. Palillos  en la mano quieta. Túnicas multicolores alejándose con el comienzo ya de los primeros minutos del año que viene, para una nueva Semana de Pasión bajo los tejados y sobre las creencias.


Para ello debemos creer, con fe, que seguiremos vivos.