sábado, 9 de junio de 2012

LUISA.


Crónica del día: Luisa ahora es libre como los pájaros.


El viaje a Extremadura, maullado días atrás tenía, además de resultar un paseo por las nubes y un recorrido por tierra de gatos, una misión especial y nada normal para un puente propiciado por Santa Rita; patrona de funcionarios de salarios congelados y nóminas con ceros a la izquierda.

Conduje la primera parte del viaje, porque a esta gata las pupilas en la noche se le dilatan menos que la paga del mes. Luego, se turnaría el gato Jorgete y, llegando a Plasencia la gata Tere que, según ella, ya se conocía la ruta hasta su pueblo como la palma de su mano. ¡¡ja, ja y jajá¡¡
Detrás del sillón del conductor, ella se apoyaba silenciosa; con la tranquilidad que le propiciaba ahora una vida vacía de sobresaltos y la serenidad que procede de tenerlo ya todo pagado.
Por esas cosas del destino, el karma o la casualité, eramos mi gato preferido y yo quienes, junto a Tere, formaríamos la comitiva de los cuatro viajeros; además del muñeco de ángel que vela por los frenazos y me mira de vez en cuando con resignación callada. Tres de nosotros, como conductores duchos,  ante el advenimiento de la noche larga, dirigíamos a la autovía miradas fijas y carcajadas estentóreas de ánimo para el desánimo de no vislumbrar la llegada, y por el entumecimiento del pié del acelerador. Ella, Luisa, muerta de risa, (me ha salido un pareado, por lo que se nota mi vena poética) sin una mala mueca ni un quejío de desánimo por las vueltas y las revueltas en que la tuvimos; y sin que dejara oirse ni un lamento ni un siquiera llevarme al baño, que me meo...Luisa fue parte principal para ese viaje. Nunca pensé yo que iría con ella a su tierra en esos momentos tan especiales. Pero nos eligió a mi y al gato Jorgete ( y eso nunca se lo voy a demandar).
Días atrás  dejamos bien dibujada de zarpas parte de la ruta que los gatos iniciamos hacia el oeste. La diligencia, digo: el coche, iba cargado como si hubiéramos iniciado la ruta Quetzal y, como Fuenteovejuna, era uno para todas, todas para uno...Jorgete no conocía a Luisa, pero Luisa quiso que él también nos acompañara en este viaje y se esperó, silenciosa y quieta, a que él maullara cerca para que pudiera hacerlo; porque un gato mexicano no es un gato cualquiera. Al menos sabe maullar hasta en inglés y crear poemas. Algo de lo que Luisa quería presumir en su tierra como extremeña, que debe y puede.
La única que no quiso venir con nosotros fue la sandía. Tere quería llevar de todo un poco a Villa por Fin. Pero la prima hermana del melón, dijo que nones. Supongo que se barruntó lo de la maratón de kilómetros y algún metro más que le esperaba, y se hizo la remolona hasta que, antes de subir al coche se escapó de las zarpas del gato y rodó, rodó, rodó...hasta abrirse las carnes, como contorsionista, desgajándose entera en la barandilla de La Encarnación. Se le vieron hasta las pepitas negras...¡¡que barbarité¡¡. Y ahí  se quedó: desparramada y sin vergüenza.
Como ya narrado queda lo de llegar a casa de Ángel y Pepi, debo llegar al leit motiv del viaje  y decir lo que no me callo.
Tere durmió con Luisa, su madre. Después del desayuno, los gatos iniciamos con ella el viaje a la Sierra de Dios Padre. Seguía callada, aunque su silencio hablaba por sí mismo, y nos sumió a todos, incluidos el gato y a mí, en su propio silencio al ser los fotógrafos en su momento especial. Un momento cargado de años y arrugas. De logros y fracasos. De tesón y lucha. De desamor lleno de amor y, sobre todo, de un corazón de grana y oro. Tere se abrazaba a ella que, más frágil que nunca, se había vestido para la ocasión de gris. Como el día que amaneció para engalanarse con su traje, y ser viento y lluvia que arrastra el polvo y se lleva las cenizas.
Luisa quería subir hasta allí para quedarse.
Llegó el viento y se la llevó a ella. Sus cenizas, las de su último viaje quedaron allí, en un rincón tatuado de verde y roca, que olía a tierra húmeda de llanto y brisa; de gotas de agua que bendijeron su llegada y la acogieron entre sonrisas frescas.
Miré al cielo encapotado y se lo pregunté. ¿Tenía que ser yo quién viniera contigo,  acompañándo a Tere, verdad? Y sonrió la nube de algodón blanco.
Así fue como la acompañé en su último vuelo bajo, y fui testigo de su ascensión como amor hecho de viento. Sintiéndome dichosa de saberme elegida por ella.
¿Que quién es Luisa?
Un ser de los que nunca mueren para seguir viviendo en quién la vida eligió para vivirla junto a ella. Junto a su esencia hecha de memoria eterna.
Otro ángel más. Así en la Tierra como en el Cielo.