Crónica del día. Mirar a través de la ventana abierta, ya no es posible. Los robos bajo los tejados, están siendo moneda corriente a manos de menores para ser castigados por su mayoría para delinquir.
No creo que a los gatos de esta Ciudad, nos haya mirado un tuerto; porque de un ojo sólo, aún no he visto a ninguno merodeando bajo los tejados. Pero sí,- y es un aviso a navegantes principiantes y a otros marineros de sal incrustada en vena- abran los dos ojos, aunque sean miopes y, como poco, tengan la retaguardia (de ojo sólo) preparada, por si las moscas.
Que estamos rodeados de ladrones no es nada nuevo bajo el sol. Unos, de guante blanco, otros, elegidos por sufragio, y, demasiados, nativos o visitantes no contribuyentes que viven en la tierra de esto es Jauja, el País de Nunca Jamás te descuides, y en el de las Maravillas robadas a ojos vistas; de día, a plena luz, en tu propia casa, estés dentro, fuera o, simplemente, mientras se dan vueltas con el carro de la compra por las ofertas del super, mirando de ahorrar un € para que otros, sin más oficio que adueñarse del esfuerzo ajeno, te quiten lo que ni siquiera te puedes permitir que te roben.
Pero Robin Hood,
acaba de resucitar en la piel de un tal Gordillo, político de esa izquierda desunida que jamás será unida, que roba a los supermercados,
para dárselo a los pobres…Uno más, dando ideas; como si no hubiera bastante con
los ladrones de verdad…Aunque reconozco, que después de escuchar su “exposición
de motivos”, algo tendrían que preguntarse los que no responden; porque como
decía Benedetti, "Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, cambiaron
todas las preguntas".
En esta España cada
vez más cañí, ladrones, atracadores y gente de mal vivir, campan a sus anchas
como Perico por su casa. Pero hoy, de nuevo, aunque los ríos de sangre escriben
las páginas de los diarios, ante la muerte de una mujer policía a tiro de
atracador, y la noticia más popular parte de esa Andalucía de mis amores, me
asalta, como parpadeo iridiscente ante los ojos cansados de ver injusticias, la
incomprensible Ley del Menor; la que debió soñar un legislador sin más
pretensión que defender la integridad del niño, ante determinadas
actuaciones de los mayores, -absolutamente razonable y necesario- pero debió
quedársele en el tintero, que hay que distinguir entre menores, y esos menores que actúan peor que algunos adultos; porque mamaron lo peor de sus
mayores al no cuidar del niño que llevaban dentro.
Demasiadas veces, quién
legisla, desde los despachos aislados del lamento exterior, con alfombras persas
bajo sus sillones de mullido cuero; y crucifijo presidiendo su inspiración, demuestra
no tener ni idea de lo que se cuece en las calles de pies cansados de correr
para alcanzar al ladrón, o al asesino- que de todo hay en la viña del señor- porque no sufre en su palacio lo
que el ciudadano de a pie en su gatera; como puede ser el asalto cuando duerme, lee un
cuento a su hijo, o la mujer pone la lavadora, mientras las hijas adolescentes
pueden morir pisoteadas o quemadas después de robarles la vida en una violación. Porque los palacios
legisladores, -donde se vive a cuerpo de rey- se rodean de cámaras de seguridad,
guardias uniformados de recortada nómina, en las puertas del primer acceso a un
interior, al que no puedes acceder ni para reclamar protección y, por supuesto
porque muchos hijos de, caminan seguidos de escoltas, aunque sea para ir al
baile.
Mucho se ha llorado
ya, para intentar cambiar la Ley del Menor en lo que afecta a quienes nunca
fueron niños, sino ladrones o asesinos de “corta” edad, con dispensa y
absolución. Y, nada de hacer caso los que mandan al
pueblo soberano para que la Ley sea lo suficientemente legal y justa para
proteger de ciertos “menores” al ultrajado
y no al ultrajador. Libere del dolor a la víctima y no trate con guante de seda
al verdugo que, sin duda, se regodea de la facilidad para delinquir; porque sabe
de la sobre- protección de la que se le ha investido; porque es menor -aunque
le falten días para la mayoría de edad- para pagar por el daño infringido, pero
lo suficientemente mayor para cometer las mayores atrocidades, en exceso, protegidas.
No se ha visto mayor despropósito
legal...O sí...
La Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad a veces se ven solos ante el peligro. Cansados de ir tras los que,
una vez prestada declaración salen de los juzgados silbando de alegría y risa
sin disimulo. Delincuentes de peligro en la “menor” conciencia.
¿Qué harán cuando
tengan edad de merecer?
Al delincuente
“menor”, se le borra el dolo acumulado hasta los dieciocho años recién
cumplidos y, por imperativo de la ¿Ley?, se pone a cero su historial delictivo; porque no es lo
mismo delinquir con años menos un día, que habiendo cruzado la
barrera al día siguiente. Toda una condena legislativa, sí, pero para las inocentes
víctimas.
Una se pregunta,
dentro de todas las preguntas que una mente con corazón es capaz de preguntarse
¿hasta dónde podemos aguantar? Porque la
cadena no se rompe. No estamos ante el eslabón perdido; estamos ante una
realidad que ya repugna y acongoja; ante la continuidad de la indefensión y
permisividad de leyes y gobernantes; ante la angustia ensanchando los raíles
del miedo por la dureza de una vida
desgarrada por la vileza, donde nadie soluciona nada. El salario del miedo, a
veces no da para implicarse. Otras, la poltrona quita arrestos a quién pudiera
hacer que las cosas cambiaran, porque ya está demostrado que vale menos una
vida que un barril de petróleo, o llenarse los bolsillos, aunque el pueblo se
muera de sed de justicia.
Esto es lo que hay.
Y, lo peor, quizá este por llegar. Una gata como yo, nunca fue agorera. La
ilusión marcó siempre mis pies calzados, aunque el camino fuera empinado, y la
esperanza vistió la carcasa de la piel que habito. Pero la vida, en la
cruda realidad dentro de la utópica espera de la llegada de un Mundo Feliz, es
otra cosa para la que una nunca termina de acoplarse.
La calle destila
horror y dudas. El anciano se muere sin memoria, para no ser testigo de los
recuerdos mancillados. La juventud (por suerte no toda) ha mamado demasiada
deslealtad. Algunos padres esconden niños para no alegrar la tristeza de muchas
madres. Las casas son asaltadas en una propiedad que no nos pertenece. El don
que es trabajar, hace arrastrar el cansancio y hasta desear hacerse mayor por
si pudiera disfrutarse de la vejez, y…
Nada…no hay nada que
justifique el cansancio al que nos ha sometido la injusticia.
Pese a todo; voy a celebrar
que los gatos tenemos el don de olvidar. De no guardar en la memoria, sino el
sabor y la caricia. De esperar siempre que, tras el cristal, el sol siga
calentándonos en las tardes de invierno y, como dijo aquél: sentarnos en la
puerta de casa y ver el cadáver de los ratones pasar…