lunes, 23 de julio de 2012

PELEA EN LA GATERA.



Crónica del día:  Cada una en su casa y Bastet en la de todos.
Hace calor, el sol cae sobre la piel que arde bajo su abrazo. El agua de la piscina –no apta para mayores- recibe al cuerpo despertado de la noche; todo junto a la melodía de las chicharras y el movimiento silencioso de la sombra favorable de los pinos.
La sanidad sufre de recortes, pero Clarita ha sido socorrida en una improvisada sala casera de curas, de una herida de guerra en una lucha con la gata Venus.  Jorgete, como gato nuevo entre las garras afiladas de las hembras, se ha equivocado en un querer unir la raza desoyendo a la sangre; pero ellas no quisieron  conocerse ni reconocerse. Venus, con sus doce años gatunos de hija única, nunca vio con buenos ojos el caminar errático de los gatos callejeros en búsqueda continua. Las fauces, siempre abiertas frente a la ventana en un grito felino de ¡¡por aquí no pases¡¡...Ha sido siempre la reina del hogar en una casa demasiado grande para su pequeño corazón; que no admite usurpación de amor ni intromisión en su territorio.
Clara, fue encontrada callejeando la Navidad que aún no hacía imaginar una próxima  de luto por el turrón perdido, y el pavo sin reclamo; cuando el desgobierno aún no nos amenazaba de sequía de sidra fresca, ni la condena al frío aderezado con abrazos para ahorrar en electricidad; -que, bien mirado, apretujarse puede traer más unión que los euros perdidos para la salvación de los cuerpos. Pero, volviendo a lo que vine, porque me pierdo en la crónica de calle y  ánimos socavados, digo que: Clarita vive fuera de los dominios de Venus, en el salón destinado al cine de barrio y las comidas de hermandad, junto al fresco de la piedra adornada de cerro, y Venus, como la reina del Mambo en toda la parte destinada a la vida gatuna de humanos y otros guisos. Yo, sabía que el acercamiento nunca sería posible: que la raza no da para la unión y que la sangre ni siquiera se llama porque no hay correspondencia en las venas. Pero el gato Jorgete, se empeñaba en hacer la prueba desoyendo a la razón de la experiencia gática; y juntó a las dos mininas. Bigotes para qué os quiero; se armó un dos de mayo en julio y con sofocos. Pelos de gata volando como alitas de ángel por el sofá magullado. Arañazos y mordiscos por igual que dejaron a Venus la oreja labrada a punto de cruceta y, Clarita, -que aún cojea- mordida en sus hermosas y orondas almohadillas por las fauces de una gata que defendía su sitio como leona amamantando a sus cachorros.
Para todo en la vida hay que tener afinidad. Y si no, no valen gaitas ni componendas. Quién no está destinado a encontrarse; no lo hará así caigan del cielo lazos cuan maná. Y, quién tiene que convivir bajo el mismo techo, no habrá tejado que se desplome. Lo que viene a decir algo así como que hay que darle pábulo a la ley de causa y efecto, o que causalmente pasaba por allí, te vi y entré hasta que me echaste…Más o menos.
Jorgete no se esperaba tal pelea gatuna entre alfombras pisadas. Como buen guerrero pacifista cree en la unidad y en la convivencia de los seres que se mueven sobre la Tierra o bajo los aleros. Pero los gatos saben marcar muy bien su territorio. Y no tienen que dejar simplemente su pipí por las esquinas. Con no admitir a otr@ en sus dominios, asunto resuelto.
Y así sigue el censo gático de esta casa. Re-partiendo el tiempo, el espacio y los afectos cada uno por su sitio; para que nadie se quede fuera aunque todos estemos dentro.

Vivir para maullar...