Me lo pregunto, una y mil veces,
todo este tiempo… ¿Qué hace ella ahí?
Si ella supiera. Se iría. O eso pienso que en otro tiempo haría. En este no sé. Todo es demasiado inaudito.
Me cuesta verla sentada en el
sillón de los inventos. Ella es honrada. No tengo duda. No hace de la mentira
su modus operandi. Y jamás, bajo ningún
concepto, sería trepa… Pero ha llegado ahí… Y ella no sabe, creo que no sabe,
donde se ha metido.
Me cuesta reconocerla. Y yo me retuerzo porque no puedo ser yo todo
el tiempo. Si fuera Juez, me sentaría
frente a ella vestida con la toga de escuchar la vida, revestida de autoridad y dictaría sentencia, inapelable…
FALLO
Que debo condenarla y la condeno a
que se vuelva a casa. Siga con su otra vida. No haga ahora aquello que antes no quiso hacer.
Y aunque quiera; porque consta su capacidad, su valía, su implicación… no ha
escogido el mejor lugar, ni el tiempo (recuerde:
hay un momento para cada cosa), porque todo lo que haga y pueda hacer, no le servirá,
sino para algún día darse cuenta, que no hizo lo que quería, o debía, en el mejor momento, ni supo elegir los
mejores compañeros (algunos) para el viaje…
Ante esta Sentencia, no cabe
recurso alguno.
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