miércoles, 1 de noviembre de 2017

REÍRSE DE LA MUERTE



Crónica del día: De todos los Santos y esos muertos que no lo están tanto (no en nuestros corazones). Me he comprado esta calavera tan sofisticada. Quiero aprender a reírme de la Muerte, para que ella no me haga llorar.


Volví ayer al Cementerio, como cada año por esta misma fecha. Y otra vez la misma voz. "guapa mía, yo no me quedo aquí, siempre vengo siguiéndote, pero pareces sorda. Tus flores las quiero en casa, en el jarrón de mi madre que aún se conserva como si en el tiempo no hubiera espacio"...
La abuela sigue mis pasos. Camina entre las floreadas tumbas como si flotara (bueno, es que flota). Yo no la veo, pero percibo su cercanía. Se agarra de mi brazo, porque las manos las llevo ocupadas con crisantemos y me da prisa para salir de allí. Lanzamos una mirada a algunas sepulturas, donde nos llama la atención el olor suave de las rosas. Los jóvenes que miran desde el tiempo, detenido, en blanco y negro, ya hubieran sido padres de seguir caminando por el Mundo de los Vivos. Pero la Muerte es lo que tiene, que no se anda con chiquitas y se lleva consigo cuanta más juventud pueda. Quizá para verse en una hermosura que no le pertenece. También nos llama la atención caras que nos sorprenden de una juventud que ya no tenían cuando se los llevó La Parca. Y nos miramos la abuela y yo, encogiéndonos de hombros ante tamaña insensatez. No entendemos como un muerto de 80-90 años, tiene una imagen de un/a jovencito/a de 30. Tamaña discrepancia nos hace caer en la cuenta de que quizá la culpa no la tiene el muerto, por muy coqueto que fuera,  sino en el vivo que no quiere dejar a su ser querido con arrugas eternas mirando al infinito, ni decirle al Universo que su muerto ya no era de melena abundante,  risueño, de inmaculada boca y dientes completos, pero la verdad es que nos confunden desde la juventud que se asoma en fotografías lapidarias,  porque no es  la juventud (por suerte), la que quedó truncada, sino la edad propia de perderse por los caminos de un más Allá que nunca entenderemos del todo. 
Como quiera que sea, cada vez que voy al Cementerio la víspera de Todos los Santos, porque es Ella, quién me encomendó esa gestión (porque no sabía antes de su partida que seguiría cercana), que no siento, en absoluto, que tengo nadie allí, por eso, limpio la lápida, coloco las flores y le digo a la Abuela, siempre lo mismo. Venga, vámonos ya, aquí no tenemos nada que hacer. En la casa nos hemos dejado todo revuelto. Volvamos a lo nuestro. Tú, a lo tuyo. Yo, a lo que salga.

Gata Literata.

4 comentarios:

  1. Tus palabras me han envuelto de una infinidad de sensaciones, que en estos momentos me sería imposible describir si son positivas o negativas. Está muy bien que la tradición siga, que se puedan llenar los camposantos de tonalidades, perfumes y multitudes. Hacen ya tantos años que no los he pisado para esas fechas, que ni me acuerdo de la última vez, tal vez porque yo también oigo la misma voz o las mismas voces.... gracias a la gente que como tú y a pesar de los pesares, contribuye a poner ese toque de color.

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    1. Gracias Anónima paseante por las sensaciones que deja en ti mi Lengua de Gata, sin necesidad de pisar un Camposanto. No es necesario, ni en vida, ni en muerte pisarlo. Basta con sentir que nuestros muertos no están allí. Tan ausentes...

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  2. ...Y ¿por qué será que después de leer tu crónica de este Día me queda una Sonrisa de Medio Lao y una sensación de "Yira... yira.."?...

    Gracias, preciosa.

    Besicos,

    Lola.

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    1. Qué decirte Lola querida. Que no sabes cuanto me alegro de que te den ganas de bailar mientras sonríes.
      Besos guapa.

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