El cerro se llena de ruido y se cubre
de malva.
Fuera es Semana Santa.
Los pinos, bajo la gatera, se mecen al compás de las horquillas y los hombros se hunden por el peso de la fe, o lo que consideran les mueve.
Al mismo tiempo, el tambor acerca su piel a la piel, y es cuerpo y deseo fundidos, porque ahora todo es posible en la Semana de Pasión.
104 horas de ruido no entorpecen la carga del silencio arrastrado en la Cruz, que tantos cargan, para muchas veces, en descargo de nada.
Pero es el tiempo de que las emociones vuelvan a la calle. Ahora la Pasión está ahí, a la vuelta de la esquina. Saldremos a encontrarnos con ella...
Porque los gatos también podemos lamer con suavidad...
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